Muchos días me resultaba imposible entrenar, porque hay médico, un cumpleaños, alguien viene a casa, hay que comprar,…. En mi escala de prioridades la carrera no es de las primeras, aunque me fastidiaba no tener tiempo para hacerla. Para colmo, tenía que aguantar la cara de enfado del mister porque no había hecho el ejercicio correspondiente… ¡Vaya tela!
Uno de los días corrí por la calle con mi prima. Eso me animó bastante, nada que ver con las carreras en la cinta. Mi prima y yo siempre hemos tenido una conexión especial y fue una gran experiencia correr juntas, pues este ejercicio es algo novedoso para las dos. Ella, que está siempre superliada, no pudo seguir con los entrenamientos, pero sigue teniendo en mente comenzar lo antes posible.
Días antes de la carrera fui capaz de correr 40 minutos seguidos, muy despacio, a 6 km/h según el ordenador. ¿será suficiente? No sé si seré capaz de terminar la San Silvestre. Las dos gripes que pasé semanas atrás han pasado factura, incluso tomando aerosoles. Tuve que parar dos semanas, lo cual retrasó mi progreso. Pero bueno, la suerte está echada, que sea lo que Dios quiera.
El día de la carrera estuve como una moto todo el día. Intenté leer un rato para tranquilizarme (El Tiempo entre costuras, de María Dueñas, muy bien, por cierto), pero no podía leer más de dos líneas antes de que mis queridos soles me pidieran alguna cosa. Hora de almorzar. El jefe dice que hay que comer arroz, pues arroz. Nos dirigimos a Chipiona, con bastante tiempo de antelación pues las niñas también iban a correr. Fue muy divertido ver como tanto mis niñas como mis sobrinas decidieron calentar antes de sus carreras con ejercicios que les habían enseñado en el cole. “Pa comérselas”. Lucía llegó a meta llorando porque había llegado la última (le había dado ventolín un rato antes de la carrera porque andaba medio asfixiada con sus problemas asmáticos). La intenté consolar diciéndole que no importaba el lugar en el que llegara, sino lo divertido que había sido el camino. Le dije que más tarde yo también correría y seguro que llegaría la última, pero no me iba a importar, porque yo sólo quería hacer la carrera con papá. Candela también llegó llorando a la meta porque su prima Carla había salido corriendo. ¡Pues claro, de eso se trata!.
Hora de calentar. Mi amiga Charo va acompañada de su marido, Pepe el más matraca, como le llama David. Ella también se ha iniciado en el mundo de las carreras y es toda una campeona. Yo había asistido a muchas carreras acompañando a David, pero esta vez ha sido muy diferente. Pude sentir el apoyo desde mucho antes de empezar la carrera. Palabras de ánimo de los familiares, los amigos y otros compañeros de David que ni siquiera conocía personalmente. Me saludaban como otra atleta más, agrandando mi ilusión por realizar un reto que no estaba muy segura de si lo podría realizar. Después, durante la carrera, casi todo el mundo intenta animarte, a pesar de ser la última, pues de lejos decía mi hermana Vero que no sabía si yo iría delante o dentro de la ambulancia, ja ja... David iba hablándome todo el tiempo, dando ánimos, controlando el tiempo y la distancia, apoyándome y gastando bromas … “pa comérselo también”. Gracias a él conseguí mi reto. Si David no hubiera estado a mi lado con seguridad me habría parado y si la ambulancia no me pilla (pues la llevaba super pegada), me monto y llego a meta rodeada de luces naranjas.
Pero ahí estaba el entrenador, el amigo, el amor, el compañero, la verdad es que le dio tiempo a mostrar todas las facetas, porque tardamos 44 minutos en 5.800 m. En el último tramo se acercan Ermanuelito y Jose Luis para acompañarnos. Todo un detallazo. Juntos recorrimos los últimos metros y de repente ahí está la meta. Mi familia sosteniendo unas pancartas improvisadas que decían “Te queremos mamá” y “Mami, eres una campeona”, todo organizado, cómo no, por mi querido esposo. Los gritos de alegría se escuchaban desde lejos. Llegué. LO CONSEGUÍ. Me costó, pero lo conseguí. Sin pararme. Sin “trampas”. LO CONSEGUÍ.